martes, 14 de julio de 2009

Las figuras de terracota sonrientes


Vista panorámica de Hanyangling, donde observamos el tumulto funerario del emperador Ching de la dinastía Han.

En la historia antigua, es muy común encontrar episodios de sacrificios humanos en casi todas las primeras civilizaciones del mundo. Los hallazgos de cráneos humanos provenientes del paleolítico superior o neolítico con visibles daños causados por objetos contundentes en enterramientos múltiples demuestran que se practicaba con mucha regularidad la aplicación de una muerte violenta en un intento por satisfacer algo que era concebido como voluntad comunitaria. Esto podía ser el deseo de aplacar la ira de los dioses, o la suplica por lluvias, buena cosecha o una favorable cacería.
En China, los sacrificios humanos fueron inicialmente en honor a las deidades de los ríos, a quienes se les ofrecían varones y mujeres jovenes en un afán por aplacar su ira, y rogar que no produjeran inundaciones. Con el avance tecnológico de la irrigación y el uso de canales de desagüe, estas prácticas perdieron auge y finalmente fueron prácticamente abandonadas a inicios de la dinastía Hsia (Xia, 2100–1600 a.C.).
Posteriomente, durante el Período de los Estados Guerreros (476–221 a.C.), Hsimen Pao (Ximen Bao), funcionario del Estado de Wei, demostró a los campesinos que el sacrificio a las deidades del río no era más que una trama preparada por monjes inescrupulosos que deseaban extraer dinero de las familias para evitar que sus hijos fuesen víctimas “solicitadas por los dioses”. Con este hecho, se terminó definitivamente esta nefasta tradición.
Sin embargo, siguió existiendo otro tipo de sacrificios humanos, incluso más macabro, al menos en términos modernos. Consistía en enterrar vivos a los esclavos junto con sus amos, como parte del servicio fúnebre al fallecer estos últimos.
Con el tiempo, esta tradición se fue extendiendo a los reyes y emperadores al morir, exigiéndose que fuesen acompañados por sus concubinas, pajes, y servidumbre. Obviamente, éstos últimos eran obligados a entrar vivos en la enorme cripta funeraria y quedar encerrados allí para siempre.
Esta práctica fue una norma de Estado durante las dinastías Shang (1600–1046 a.C.) y Chou Occidental (1045–771 a.C.). El último entierro de gran número de acompañantes vivos junto con el monarca ocurrió tras la muerte del rey Hsuan (Xuanwang, antes de 841–781 a.C.). Su hijo, que ascendió al trono con el nombre de rey You, no tuvo entierro formal, ya que murió cuando su palacio fue invadido por bárbaros de la tribu nómada de los Chienjung (犬戎, Quanrong).
La subsecuente dinastía Chou Oriental (770–249 a.C.) fue una era tumultosa e inestable, razón por la cual los monarcas ya no tuvieron mucho tiempo para preparar los elaborados funerales de Estado del pasado. Además, la era terminaría en el agitado Período de Primavera y Otoño, donde además de prevalecer muchas escuelas del pensamiento, hubo luchas y contiendas entre las diferentes facciones políticas que derivaron de dichas corrientes intelectuales. Eso condujo al fin de la dinastía Chou.
El sacrificio de esclavos de alta jerarquía, pajes, concubinas y sirvientas era denominado hsun tsang (殉葬, xun zang), o sacrificio de entierro. El propósito de esta bárbara costumbre era dotar de acompañantes al monarca fallecido para que le sirviese en la otra vida.
Al inicio, las víctimas eran decapitadas o enterradas vivas junto al monarca o noble fallecido. Posteriormente, las víctimas eran forzadas a cometer suicidio, que era considerado una forma noble de morir, ya que se conservaría intacto el cadáver. El sacrificio humano para funerales fue abolido en el año 384 a.C., durante la dinastía Chin (Qin, 221–206 a.C.)
Si bien la dinastía Chin fue de corta duración, tuvo notables contribuciones en la formación de la nacionalidad china. Al igual que la mayoría de los regímenes de mano dura en tiempos de desorden, Chin Shih-huang (Qin Shi Huang, 259 –210 a.C.) ha sido denominado déspota o tirano por muchos historiadores. Empero, durante su corto reinado llevó a cabo importantes reformas económicas y políticas. Terminó con el extendido debate intelectual de las eras anteriores y ordenó la quema de libros, con el fin de imponer un nuevo orden académico, más pragmático y menos retórico.
Entre sus obras más impresionantes tenemos la Gran Muralla de China, un masivo sistema de carreteras que opera hasta el día de hoy, así como el mundialmente famoso mausoleo de los guerreros de terracota al tamaño natural. Todo esto tuvo un gran costo, la pérdida de innumerables vidas humanas.
Si bien su gobierno autocrático fue severo, no podemos negar que jugó un papel trascendental en la unificación de China y el sistema administrativo que creó ha mantenido vigencia hasta el día de hoy, en China y en el mundo entero, bajo la forma del concepto de un gobierno unitario e indisoluble. Tal vez, resulta importante que los historiadores hagamos una rectificación de los prejuicios ideológicos contra el estado legalista de Chin, al igual que con muchos otros así llamados “tiranos” y “déspota” a través de la historia universal.
La repentina muerte de Chin Shih-huang significó el colapso final de la corta dinastía. Creyendo que lograría obtener el elíxir de la inmortalidad, Chin no designó a su heredero, motivo por el cual se produjo una lucha por el poder entre sus dos hijos. A finales, Liu Pang (Liu Bang, 256 ó 247–195 a.C.), un líder campesino, dirigió una revuelta tres años después de la muerte del Emperador y destronó la dinastía, dando origen a una nueva, la dinastía Han, que se extendería por cuatro siglos.
Los primeros años de la nueva dinastía fueron terribles y el pueblo sufrió de la carestía heredada del anterior período imperial. Sin embargo, los primeros emperadores Han restauraron el orden muy pronto, y ya para el tercer y cuarto emperador, la nación china disfrutaba de un auge nunca ante visto.





Estatuilla femenina con las manos extendidas. Probablemente llevaba algún objeto hecho de madera u otro material que fue destruido con el pasar del tiempo.


La dinastía Han fue una era de prosperidad económica, floreciendo el comercio a través de la institucionalización de la moneda, un sistema que siguió en uso hasta dos siglos después del colapso de dicha dinastía. Por otro lado, la Corte nacionalizó las industrias de la sal y el hierro, que hasta ese entonces estaba en manos privadas. Con estas dos industrias esenciales, la dinastía pudo pagar los gastos de su aparato militar. También se fortalecieron las arcas del imperio con la imposición de impuestos a la empresa privada. En esa dinastía, también se adoptó el confucianismo como pensamiento socio-político, sistema que prevaleció casi intacto hasta 1911, al ser derrocada la dinastía Ching.
Los reinados de los emperadores Wen (202 –157 a.C.) y Ching (Jing, 188–141 a.C.) constituyeron un período de benevolencia y austeridad de los gobernantes, quienes sacrificaron la mayor parte de la opulencia de la vida palaciega en favor de reducciones de los impuestos y alivio a las cargas financieras del pueblo.
El período, conocido como “Reinado de Wen y Ching”, se caracterizó por la estabilidad política y una paz general por todo el imperio. Las teorías políticas de la época comenzaron a ser fuertemente influenciadas por el taoísmo. El “Reinado de Wen y Ching” ha sido considerado como una de las edades de oro de la historia china.
Un texto antiguo describe la situación de esa era: “Los ciudadanos comunes tenía suficientes medios de vida, los almacenes en las áreas urbanas y rurales estaban repletas. El Tesoro gubernamental tiene excedente de riquezas. En la capital, el dinero en efectivo se acumulaba en millones, en tal cantidad que muchas veces el papel moneda se pudría...”
Una forma de analizar la sociedad de ese entonces consiste en analizar la cerámica funeraria desenterrada en el Mausoleo Yang del emperador Ching de la dinastía Han, ubicado al norte de la actual ciudad de Si-an (Xian), en la provincia de Shaanxi, China continental. El sitio, actualmente convertido en un museo, ha sido sujeto a excavaciones arqueológicas a partir de 1990.
El emperador Ching, cuyo nombre real era Liu Chi (Liu Qi), reinó durante 17 años, y a su muerte, fue enterrado en Yangling. Posteriormente, su esposa, la emperatriz Wang, también fue enterrada en ese sitio.
Al igual que otras tumbas imperiales del período Han, una característica sobresaliente es la presencia de muchas figuras funerarias, que cumplían el papel de los enterramientos vivos que se hacían en las eras anteriores.
Al partir de Chin Shih-huang, las figuras de terracota y cerámica colorida reemplazaron a las personas vivas, en la función de acompañar al fallecido monarca en la otra vida.
Los guerreros de terracota de la tumba de Chin son universalmente famosos y son impresionantes por el tamaño real de los mismos y el vivo semblante que poseen sus caras.
Si bien las figuras de terracota del período Han son menos espectaculares que los guerreros de terracota, debido a sus dimensiones más reducidas; empero muestran con asombrosa fidelidad la vida diaria de esa época.
Las figuras de terracota desenterradas en el Mausoleo Yang del emperador Ching de la dinastía Han son apenas un tercio del tamaño de los guerreros de Chin Shin-huang. Pero, tienen líneas más suaves y expresiones faciales más ricas, generalmente con una sonrisa mística en sus rostros. A diferencia, los guerreros de terracota lucen severos y amenazadores. Por otro lado, éstos últimos se encuentran de pie y actitud de alerta. Las figurillas de Han tienen diferentes posturas y sus movimientos son más complejos.
Otro aspecto sobresaliente lo tenemos en las figuras humanas, donde encontramos mujeres y eunucos, a diferencia de los varoniles guerreros de Chin. También hay una gran cantidad de animales domésticos, tales como perros, cerdos, cabras, vacas y aves de corral. Todas las figuras están hermosamente pulidas y pintadas con colores vistosos. También se encuentran una gran cantidad objetos de uso diario, tales como cocinillas, lámparas de aceite, utensilios, tejas para techo, etc.
Una curiosidad de estos desenterramientos ha sido la presencia de un buen número de estatuillas desnudas, donde se hayan representado los dos sexos, además de muchos eunucos. Las proporciones y características genitales resultan bien proporcionadas, para la época de que provienen.
En realidad, tales estatuillas tenían originalmente vestidos de papel y seda, que con el paso de los milenios, se fueron deteriorando hasta el punto de desaparecer, dejando en cueros a sus diminutos dueños.
Todas esas reproducciones en terracota nos dan una idea del progreso tecnológico y la comodidad de la vida en esa época. También nos presentan el contraste de una sociedad amenazada permanentemente por la guerra y la incertidumbre, y una donde se disfruta de una relativa calma.
La sonrisa en sus rostros constituyen señal de un estilo de vida pacífico y relativamente desahogado, donde el pueblo no tenía que estar en permanente alerta contra las invasiones enemigas.
(Fotos cortesía del Museo Nacional de Historia, Taipei, Taiwan, República de China)